domingo, 10 de abril de 2011

Isla imaginaria de realidades


Estábamos los dos, sólo tu y yo en ese lugar que nos imaginamos en un comienzo como un paraíso lleno de vida y color; pero que con el contacto con lo que era en realidad nos dimos cuenta que no era lo que queríamos ni esperábamos.
En ese primer día, cuando llegamos a aquel lugar inhóspito y desértico todo parecía bien, todo se encontraba dentro de los parámetros estables y acordados por las vicisitudes que ya habíamos previsto. estábamos tranquilos, contentos y animados por el simple hecho de encontrarnos juntos, únicamente los dos acompañándonos y acariciando nuestras almas con las risas que emanaban de nuestros cuerpos; todo estaba bien, no había nada en realidad porque preocuparnos, teníamos comida, agua, refugio y confort. Nunca nos imaginamos lo que nos depararía el día siguiente.
Nos acostamos a dormir en nuestro pequeño refugio, tu tenias mucho calor y por eso no aceptaste que te cubriera con la manta que habíamos llevado. Yo por mi forma de ser no me permití dormir plácidamente del todo, puesto que sabia que estábamos en un lugar desconocido y posiblemente peligroso; por lo que me recosté a tu lado con un ojo entre cerrado y el otro completamente abierto. Al adentrarse la noche se posó sobre todo el lugar un gélido y espeso ambiente, te vi temblar de frio, y por eso, seguramente en contra de tu voluntad durmiente te arrope, no sólo con la sabana que te quería poner anteriormente, sino también con  mi chaqueta. Tu impresionantemente, sacaste uno de tus brazos y te aferraste a estos cobertores, te meciste acurrucándote, encorvando tu cuerpo hacia delante; dejando salir de tu boca un leve susurro que decía “tan lindo como siempre, gracias”.
No paso mucho tiempo antes de que el día se presentara, amaneció y nos levantamos para ir a buscar leña con la cual hacer una fogata para nuestro desayuno. Al regresar no pudiste contener la angustia que te generaba el ver que todo lo que teníamos había sido arrastrado por la marea, te desplomaste en la blanca arena sobre tus rodillas y el pánico invadió tu ser, haciendo que de tus desesperanzados ojos brotara un mar de lagrimas incontenibles. Yo no supe que hacer, pensé en sumergirme en el basto y embravecido océano con el fin de recuperar algo de lo que habíamos perdió, pero pensé asertivamente que si hacia eso, lo mas probable es que no regresaría con vida y, te dejaría sola; lo que ocasionaría que tu angustia se incrementara aun mas. Me arrodille a tu lado y tomando tu cabeza firmemente te recosté sobre mi hombro y, hablándote dulcemente al odio te tranquilice; tu caíste en un profundo sueño debido al alto estrés en el que te encontrabas.
Mientras tu dormías placida y cómodamente sobre mi camiseta, a la sombra de unas ramas de la única palma que había en esa inclemente, agobiante y árida isla, yo daba círculos pensando en como íbamos a sobrevivir las tres semanas que teníamos que esperar antes de que la embarcación que nos dejo allí nos recogiera. Llegué a imaginar que no lo lograríamos, que antes de nuestro rescate yaceríamos muertos, que nuestros cuerpos quedarían completamente despojados de cualquier indicio de vida; pero detuve mi marcha, mire al horizonte y sonreí.
En mi mente se posó una luz ferviente de alegría y tranquilidad, manifestación que invadió todo mi cuerpo y ocasionó que éste se moviera rápidamente al otro costado de aquella palma. Comencé a cavar, con mis manos estaba haciendo un nuevo refugio para nosotros dos, sabia que no necesitaríamos nada mas, puesto que con el simple hecho de saber que nos encontrábamos allí, tu y yo, nos daría las energías suficientes para sobrevivir. En las mañanas soleadas nos despertaríamos y contaríamos el uno al otro lo que soñamos, nos reiríamos de las insulsas conclusiones que sacaríamos al respecto; en las tardes estáticas cuando el hambre nos abrace, nuestros cuerpos intercambiarían energías engañando a esta sensación, y en las noches silenciosa, una historia de nuestra infancia seria el mejor canto de cuna para quedarnos dormidos; así sobreviviríamos, y lo haríamos porque estaríamos los dos, tan solo los dos.
Efectivamente, las horas transcurrieron, los días pasaron, una a una las semanas llegaron a su fin y, nosotros seguíamos en pie, continuábamos viviendo, ayudándonos mutuamente a superar esos efímeros momentos de angustia e incertidumbre; tu con aquella característica espontaneidad y alegra, y yo con mi fuerte capacidad de contención.
Ya en ese ultimo día de espera, sin pensarlo dos veces, te levantaste, saliste de nuestra cueva y miraste con esperanza al mar, esperando claramente ver nuestro rescate aproximarse. Nuestros cuerpos habían cambiado, pero el tuyo a pesar de la inclemente condición que habíamos atravesado, conservaba la sensualidad y  armonía que tu alma en él imponía. Yo te miraba desde mi como asiento de arena, no tenia fuerzas ya, pero a pesar de esto, me sentía contento, tranquilo y pleno.
En un parpadeo giraste, te aproximaste a mi y me exigiste que me pusiera de pie, lo hice, me levante y sorprendido te pregunté que estaba pasando; tu me contestaste que, “nada en realidad”, y dejando salir un par de lagrimas de tus endulzados ojos, te abalanzaste sobre mi y me diste un fuerte abrazo. Yo te recibí con agrado y cariño, pasé mis brazos por alrededor tuyo y te aferré a mi cuerpo; fue inevitable dejar salir de mis lagrimales una que otra lagrima de alegría. Levantaste un poco tu cabeza y de forma susurrante me dijiste: “usted es un gran amigo”, yo te apreté mas fuerte, mi respiración se entrecortó y lo único que pude responderte fue “gracias, gracias querida”.
Este mágico momento fue interrumpido por el sonido del trombón que anunciaba la llegada de nuestro barco. Nos separamos y juntos sonreímos al darnos cuenta que estábamos salvados. Nuestras almas corrían tomadas de la mano en dirección a aquella nave, mientras nuestros cuerpos hacían lo posible para llegar a ella. Te di nuevamente las gracias y dándote un beso en la frente te dije “no lo hubiera podido lograr sin ti, me alegra mucho que fueras tu la persona que en este momento se encuentra aquí a mi lado”

… A ti querida… Muchísimas gracias por todo… (Finguerling, 2011)

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